lunes, 23 de febrero de 2009

Hogar San Camilo

Una casa donde la ayuda nunca llega tarde
En el Hospice San Camilo cuidan y contienen a enfermos incurables en el último tramo de la vida
Es para pacientes que no tienen hogar, que están solos o que sus familias no pueden cuidarlos
Los ayudan a concretar los proyectos postergados
Necesitan, entre otras cosas, un ascensor

Una de las pacientes descansa en el cálido cuarto, acompañada y cuidada por un familiar y por una enfermera Foto: Mariana Araujo
Ellos acompañan en el tramo final. Pero nadie habla de muerte sino de vida, de amor, de afectos por recuperar y del tiempo de perdonar y perdonarse. Hace tres años un grupo de voluntarios fundó el Hospice San Camilo, en Olivos, para enfermos incurables, que no necesitan estar internados pero que no tienen casa donde ir o que están solos.
San Camilo toma de modelo a los hogares de la Madre Teresa de Calcuta, y a los hospice que existen en Londres y en París. El padre Juan Pablo Contemponi viajó a conocerlos y, con un grupo de voluntarios, fundó uno en su comunidad.
"No tiene nada que ver con un hospital ni con un geriátrico", dice Armando García Querol, director médico de la casa. Hay una guardia de enfermería las 24 horas, y los más de 30 voluntarios se turnan para acompañar a los pacientes todos los días.
La casa de dos pisos está rodeada de árboles y plantas, los ambientes son cálidos y con amplios ventanales. "Esta casa tiene aspecto de hogar, no de sanatorio. Esta casa no es de muerte, acá hay vida y alegría", sostiene Elsa Vázquez, una voluntaria de 71 años, mientras sirve el té.
"Los acompañamos a dar el paso. Las personas que están atravesando ese tramo tienen proyectos que cumplir. Vuelven para atrás, quieren arreglar cosas, perdonar al otro, perdonarse a ellos mismos", explica Armando, que aplica medicina paliativa.
"Hacemos todo lo posible para que vivan de la mejor manera hasta el último día", sostiene la enfermera Cynthia Alvarado, que acaba de subir a ver a la señora que descansa en el cuarto.
Llegaron muchos pacientes que sentían que estaban solos, pero cuando hablaban con los voluntarios descubrían que sí tenían familia, de la que por algún motivo se habían distanciado. En el hospice los ayudan a buscarla, y en muchos casos, hubo personas que se reencontraron con sus hijos y conocieron a sus nietos. Otros volvieron a abrazar a sus hermanos.
"Tender una mano para que te ayude a dar el paso para solucionar eso que antes no pudiste", explica Elsa. El primero en llegar
Antonio, de 59 años, fue el primero en llegar. Era de La Cava, tenía un cáncer de laringe avanzado que ya no le permitía hablar. "Al principio, se sentaba a tomar el té y guardaba los escones en el bolsillo. Estaba acostumbrado a no tener qué comer", recuerda Armando. Antonio se comunicaba escribiendo, regaba las plantas en el jardín, y hasta tuvo maestra y pudo mejorar su letra y aprender a sumar y a restar. Cumplió su sueño de tener alguien que le enseñara.
Fabiana tenía 36 años y no podía estar internada con su bebe de dos meses. Un médico llamó a San Camilo y enseguida hicieron un lugar para los dos. Las enfermeras atendían a los pacientes y le preparaban la mamadera al bebe. Luisa, que compartía el cuarto con la mamá, ofició de abuela y la ayudaba a cuidarlo. "Fueron los tres meses más felices de mi vida", les confesó Fabiana a las voluntarias.
"Ellos nos han enseñado mucho. Lo importante es escucharlos, ver qué necesitan o, simplemente, darles la mano o una taza de té con cariño", sostiene Guillermina Amor, otra de las voluntarias que decidió dar su tiempo para "acompañar".
Son los voluntarios los que se ocupan de hacer la comida, según lo que cada uno puede ingerir. Cuando los pacientes pueden moverse, cocinan y comen a la mesa del comedor. Como todas las casas, ésta tiene un lavadero. Esteban, de 75 años, va una vez por semana a planchar.
"No hay recetas; depende de cada día. Es una casa de familia donde uno está enfermo y el otro lo cuida", dice el enfermero Rodolfo Zalimben, que afirma que en los hospitales nunca vio a nadie besar a un paciente, hecho que en la casa es parte de la cotidianidad.
Si bien San Camilo tiene una base religiosa, no está limitada a los católicos ni se le impone un credo a nadie.
"Es el lugar de la Argentina donde se trata con más delicadeza y más dignidad a los pacientes", afirma Juan Carr, de la Red Solidaria.
La casa fue una donación. Lo que más necesitan es un ascensor para que los pacientes puedan disfrutar del jardín y del cálido comedor de madera. Quienes puedan colaborar con dinero o con tiempo pueden llamar al 4795 1449 o, por mail, a hospicesancamilo@fibertel.com.ar
María Helena Ripetta
Diario La Nación

2 comentarios:

  1. Hola Mimí
    Qué buena idea que has tenido de publicar ésta nota informativa del diario La Nación, porque no siempre se leen los periódicos, y es muy importante tener conocimiento de que existen lugares como San Camilo, pues nunca se sabe quién puede necesitarlo.
    Te envío un gran abrazo........
    Susana.........................

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  2. los felicito por su obra tan maravillosa y necesaria, la verdad me conmovio el haberme enterado de ella, gracias por demostrar que no todo esta perdido. celina iglesias

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