miércoles, 13 de julio de 2016

Garsonier, carreras, timba

                                                         

         Garsonier en el lunfardo es el amante sexual, el testigo de amor y traición. Las carreras de caballos un culto, un rito, una pasión, todo el paisaje turfístico es un templo donde se venera la bohemia, donde en las tribunas populares de los hipódromos, especialmente en el de Palermo, se reúnen los filósofos, de observación más aguda, para plasmar con sus dichos el verdadero "ser argentino" donde la adrenalina corre desde la punta del cabello hasta el último hilván del bolsillo del pantalón raído y con lamparones, y al mismo tiempo en la tribuna oficial o especial se pueden ver a los aristócratas del tercer mundo con unos prismáticos pendiendo de sus cuellos tapando el cocodrilo de Lacoste (en verano) añorando Londres y Paris de los años 40 y 50, y al mismo tiempo que estudian con fruición inusitada la rosa o la verde para descubrir a quien apuestan en la próxima carrera, piensan como van a dibujar la deuda.


         Se puede apreciar a los peones y cuidadores trabajando con la misma asepsia y dedicación que ponen los científicos del Centro Atómico de Bariloche. El paisaje se nutre también de hermosas damas que por supuesto y como siempre van a hacer sociales, salvo alguna señora en la popular que estudia la revista como si fuera el último libro de Cohelo para después apostar dos ganadores y tres place a un potrillo que en el paseo preliminar lucio con una elegancia digna de sacar a bailar a Sisi Emperatriz.
         También se encontrarán los puestos con el mejor café del país servido en pequeños vasitos de plástico y los choripanes más ricos que los que hacen en Córdoba tirando chimichurri al fuego para que hagan más humo.    
        Según me contaba un amigo  de Villa Dolores, por este escenario caminó el gran Carlitos, sí, ese de "Mi Buenos Aires Querido", gritando "Leguizamo sólo no más" y "Por una cabeza" cuando el gran maestro oriental montaba a su lunático, y las tardes que perdía musitaba "Palermo....me tenés seco y enfermo".
        El de la timba es otro mundo, aunque el anterior está incluido, tiene otro abanico de posibilidades el de las sedes de los clubes de barrio, los garitos, donde se desarrollan las disciplinas del truco, el mus, el tute y todas las yerbas donde se pueda apostar un goman.
        En este mismo menú se puede encontrar la quiniela (clandestina por supuesto) la otra es un invento oficial para recaudar fondos que nunca vuelven a la comunidad, inspirados en José, el amigo del flaco Abel que aún cree y espera, en este rubro entran las martingalas infalibles en los casinos para terminar llevándose el sueldo que esta vez no llegó a fin de semana. Pero todo este relato suena a "margarinoso" antiguo, los chicos que visten "informal" y escuchan a Los Piojos, no van a entender al gran gordo triste, ni al genial maestro, Don Osvaldo, que mientras estaba preso por ser comunista su piano sostenía una rosa roja, pero sí, se pueden nutrir de congéneres talentosísimos que producen tangos maravillosos y que al escuchar esa música estilizada y excelsa, uno que conoció lo otro puede gritar: "viven!!!!! .... el gordo, el maestro, Carlitos y toda la banda sigue tocando".

                                                                       Rubén Vitantonio

¡Gracias Rubén por regalarnos este relato! 
Esto fue en el 2006 y hoy quise compartirlo nuevamente, Rubén nos mira desde otro lugar.


2 comentarios:

  1. Que lindo...!!!Que épocas aquellas,no??Conocí a un sr que de chico era ensillador en Palermo ,amigo de Leguisamo,el ya se partío,le gustaba mucho ese ambiente.
    Gracias por el relato,NORA®

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  2. Que lindo...!!!Que épocas aquellas,no??Conocí a un sr que de chico era ensillador en Palermo ,amigo de Leguisamo,el ya se partío,le gustaba mucho ese ambiente.
    Gracias por el relato,NORA®

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