martes, 23 de enero de 2018

El paraguas amarillo

Érase una vez un pueblo gris y triste, donde, cuando llovía, todos los habitantes recorrían las calles con paraguas negros. Siempre, rigurosamente, negros.
Bajo el paraguas todos tenían una cara ceñuda y triste... ¡Y no puede ser de otro modo bajo un paraguas negro!
Pero un día que llovía a cántaros, una lluvia más densa que nunca, apareció de improviso un señor algo extravagante que paseaba bajo un paraguas amarillo. Y para colmo, aquel señor sonreía.
Algunos transeúntes lo miraban escandalizados bajo el paraguas negro que los cobijaba, y refunfuñaban:
- ¡Mirad qué indecencia! Es verdaderamente ridículo con ese paraguas amarillo. ¡No es serio! ¡En cambio, la lluvia es una cosa seria y un paraguas sólo puede ser negro!.
Otros montaban en cólera y se decían unos a otros:
- Pero ¿qué clase de idea es ésa de ir por ahí con un paraguas amarillo? Aquel tipo es sólo un exhibicionista, uno que quiere hacerse notar a toda costa. ¡No tiene nada de divertido!
Efectivamente, no había nada de divertido en aquel pueblo, donde llovía siempre y los paraguas eran todos negros.
Sólo la pequeña Natacha no sabía qué pensar. Un pensamiento le bullía en la cabeza con insistencia:
- Cuando llueve, un paraguas es un paraguas. Que sea amarillo o negro, lo que cuenta es tener un paraguas que cobije de la lluvia”.
Además, la pequeña se daba cuenta de que aquel señor bajo su paraguas amarillo tenía el aspecto de sentirse perfectamente a gusto y feliz. Se preguntaba el porqué.
Un día, a la salida de la escuela, Natacha se dio cuenta de haber olvidado su  paraguas negro en casa. Sacudió los hombros y se encaminó hacia casa con la cabeza descubierta, dejando que la lluvia empapase sus cabellos.
La casualidad quiso que al poco tiempo se cruzase con el hombre del paraguas amarillo, el cual le propuso sonriendo:
- Niña, ¿quieres cobijarte?
Natacha dudó. Si aceptaba, todos le habrían tomado el pelo. Pero en seguida tuvo el otro pensamiento: “Cuando llueve, un paraguas es un paraguas. Que sea amarillo o negro, ¿qué importa? ¡Siempre es mejor tener el paraguas que empaparse de lluvia!”.
Aceptó y se metió debajo del paraguas amarillo al lado de aquel señor gentil.
Entonces comprendió por qué era feliz: bajo el paraguas amarillo ¡el mal tiempo ya no existía! Había un gran sol en el cielo azul, donde los pajarillos volaban gorjeando.
Natacha tenía un aspecto tan de asombro que el señor se echó a reír a carcajadas:
- ¡Ya lo sé! También tú me tienes por loco, pero quiero explicarte todo. Durante algún tiempo, estaba triste también yo, en este pueblo donde llueve siempre. Yo también tenía un paraguas negro. Pero un día, saliendo de mi despacho, me olvidé del paraguas y me encaminé a casa, así como estaba. Mientras caminaba, encontré a un hombre que me ofreció cobijarme bajo su paraguas amarillo. Como tú, dudé porque tenía miedo de ser diverso, de hacer el ridículo. Pero luego acepté, porque tenía aún más miedo de pillar un resfriado. Y me di cuenta – como tú – que bajo el paraguas amarillo el mal tiempo había desaparecido. Aquel hombre me enseñó por qué bajo el paraguas negro las personas estaban tristes: el repitequeo de la lluvia y el negro del paraguas les ponía la cara larga, y no tenían ninguna gana de hablarse. Luego, improvisamente, el hombre se fue y yo me di cuenta de que tenía en la mano su paraguas amarillo. Lo busqué, pero no logré encontrarlo: había desaparecido. Así, he conservado el paraguas amarillo y el buen tiempo no me ha dejado nunca”.
Natacha exclamó:
- ¡Qué historia! Y ¿no siente empacho en tener el paraguas de otro?
El señor respondió:
- No, porque bien sé que este paraguas es de todos. Aquel hombre lo había recibido también él sin duda, de algún otro
Cuando llegaron a la casa de Natacha, se despidieron.
Apenas el hombre, alejándose, desapareció, la muchachita se dio cuenta de tener en la mano su paraguas amarillo. Pero aquel señor gentil quién sabe dónde estaría ya.
Así Natacha se quedó con el paraguas amarillo, pero ya sabía que pronto habría cambiado otra vez de propietario; habría de pasar a otras manos, para proteger de la lluvia y llevar el “buen  tiempo” a otras personas.
 
Gracias Carlos Alberto Leos Gonzalez por el hermoso texto!!!!!!
Con mucho cariño
Marta
Ciudad de Buenos Aires
Argentina

mimi

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