lunes, 25 de mayo de 2009

Roberto Elissalde - Historiador

En el amanecer del agitado viernes 25 de mayo de 1810, la reunión en la que se debatía el futuro de todos, en casa de Rodríguez Peña, transcurría sin resultados. Manuel Belgrano, exhausto por la agotadora vigilia de esos días, ingresó en la sala donde se debatía acaloradamente. Con la mano sobre la espada, exclamó que si a las tres de la tarde de ese día el Virrey no abdicaba, él se encargaría de derribarlo con las armas.
Así lo cuenta el historiador Roberto L. Elissalde en su reciente Diario de Buenos Aires 1810 (Aguilar), muy oportuno para la fecha patria que el país celebra hoy.
Basado en documentos y fuentes bibliográficas, el autor evocó, en diálogo con LA NACION, cómo era la vida cotidiana en los meses previos y posteriores a la Revolución de Mayo, cuando se sembró la semilla de la Nación. Y advirtió que los pobladores locales vivían en carne propia problemas fácilmente reconocibles en la Argentina de hoy: la inseguridad, los aumentos de precios y los reclamos de mejoras en salud y educación, entre otras preocupaciones de todos los días.
Elissalde narró, así, las inquietudes, la vida diaria, los sueños, los usos y costumbres, y los reclamos de los habitantes de Buenos Aires hace casi dos siglos,
Con naturalidad, como si hubiera estado allí, precisó que "un mes antes de la Revolución de Mayo, Tomás de Anchorena dio un discurso en el Cabildo en el que habló del estado de conmoción existente. Napoleón había invadido España y aquí había que resguardar los dominios".
Elissalde documentó los hechos históricos relatados en el libro en 60 páginas bibliográficas. Sólo le ha prestado al narrador de ficción dos seres de su propia vida: su perro Maleo y su ahijada María del Rosario.
Y extendió su análisis a la enseñanza de la historia argentina en las escuelas, que muchos pueden ver como distorsionada o alejada de la realidad.
"Se enseña una historia casi ideal, un cuento de hadas. Nos contaron todo de manera maravillosa, sin transmitirnos un estudio de la vida cotidiana", dijo el profesor universitario y miembro del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades y de la Junta de Estudios Históricos de la Recoleta.
Convencido de que conocer lo cotidiano mejora la comprensión de los hechos, señaló: "Los próceres fueron gente con actitudes humanas. Uno de los problemas es que la historia se transmite hoy a través de la novela histórica o con intencionalidad política. Felipe Pigna dice, sin documento histórico que lo respalde, que Mariano Moreno fue envenenado y lo tiraron al mar, lo que prenuncia los vuelos de la muerte de la dictadura. Es una manipulación exagerada".
Dijo Elissalde que tampoco fue acertada la elección de los prohombres en el bronce para conmemorar el 25 de mayo. "Los presidentes siempre pusieron una ofrenda en el monumento de San Martín, antes de entrar a la Catedral para el tedéum. Pero el 25 de mayo de 1810, San Martín estaba en España. Quizá la corona había que ponerla en la Pirámide de Mayo, que fue el primer monumento patrio", dice y deja clara su admiración por San Martín.
El historiador conserva en su casa ediciones valiosísimas de La Gaceta de Buenos Aires y El Correo de Comercio, ambos de 1810, así como una réplica de la invitación del Cabildo patrio al del 25 de mayo de 1810: "El Excmo. Cabildo convoca a V. para que se sirva asistir precisamente mañana [...], sin etiqueta alguna y en clase de vecino al Cabildo abierto [...]". Hoy como ayer
¿Qué temas preocupaban a los vecinos en 1810? "Los problemas del pais han sido los mismos desde entonces. Había serenos que cuidaban la seguridad en las calles, pero siempre había un robo. La falta de seguridad era un tema de actualidad, porque ante cualquier conflicto se iban a los cuchillos o al duelo, que dirimía el asunto en el momento la disputa", contó Elissalde.
Y agregó: "Había estafadores. Como la mujer del escribano Marcelino de la Calleja, que le gastaba toda la plata y vendió un esclavo que no había pagado. La tuvieron que internar. Como hoy, si alguien cometía un delito menor cumplía trabajos comunitarios. Fue el caso de una señora de vida disipada que mandaron al Hospital de Mujeres".
Hace casi 200 años, no hubo French ni Beruti en la Recova, ni cintas celestes y blancas en las solapas de la gente que se acercó al Cabildo. "Los asistentes llevaban ramitas de olivo en los sombreros, cintas blancas o encarnadas. El grabador Juan de Dios Rivera hizo una serie de láminas con la imagen de Fernando VII, que aparecieron en los sombreros. El ramito de olivo era el símbolo de la paz ", afirmó.
Elissalde confirmó, en cambio, que los paraguas sí habían llegado a Buenos Aires. Así como hoy se importan de China, en la Buenos Aires del Virreinato los paraguas venían de la vieja Europa.
"Aquella era una vida tranquila, con la preocupación por las noticias que llegaban de España. En general, no se han documentado hechos de infelicidad. Los esclavos eran muy bien tratados y, en muchos testamentos, se los beneficiaba con la libertad por su fidelidad. Había sí un temor terrible por las epidemias", dijo el autor e historiador. Imposible olvidarse del dengue y la nueva gripe actuales.
Mientras los hombres debatían los acontecimientos políticos, los pobladores repartían su tiempo de ocio en actividades más placenteras: iba a las corridas de toros en Retiro o a los espectáculos de volatineros, que hacían equilibrio en un cable.
"La gente paseaba por la Alameda, a la altura de las actuales avenidas Alem y Corrientes; desde Retiro hasta el Pilar, en Recoleta, había una gran playa, donde se corrían carreras cuadreras. El 8 de diciembre los frailes bendecían las aguas y todo el mundo se bañaban en el río", subraya.
En torno de la buena mesa, el historiador dice que "existía un personaje, Monsieur Ramón Aignasse, en cuya fonda se servían las mejores comidas aderezadas con salsas". Sopa, carne asada y legumbres integraban los mejores menúes.

Fuente: Foto: LA NACION / Emiliano Lasalvia
Susana Reinoso lunes 25/5/09

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